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Magia de Mentira

Literatura

El día que me caí por un agujero en forma de rombo rectángulo

La semana pasada me caí por un agujero en forma de rombo rectángulo. La última persona a la que se lo conté soltó una carcajada.

-¿En forma de rombo, dices? Sería un agujero en forma de cuadrado.-Bueno, todo depende del punto de vista- contesté. Si todo el mundo pensara como tú, Lucía, los rombos rectángulos solo existirían en el plano abstracto. El caso es que ayer, inmediatamente después de que te fueras, caí por un agujero en forma de rombo rectángulo que estaba en el centro de mi habitación.

Ella se rió otra vez. Si hubiera estado en mi lugar no le habría encontrado ninguna gracia. Caer en picado es una sensación que nubla tus sentidos durante los primeros minutos. Lo curioso es que no conozco a ninguna otra persona que haya caído durante más de unos minutos.

Tras el vértigo inicial me atreví a abrir los ojos, pero no sirvió de nada, ya que la tenue luz de la lamparilla de mi cuarto se había quedado muchos kilómetros atrás. Lo único que podía sentir en la oscuridad era la caída constante.

Tras una media hora empecé a notar la fricción del aire quemándome la cara y los brazos. Seguía estando asustado, pero comenzaba a nacer en mí cierta curiosidad. Intenté respirar con normalidad y ajustar mi visión a lo que me rodeaba, pero solo fui capaz de captar un torbellino difuso. Cuando estiré la mano para tocar una pared casi pude oír cómo se rasgaba mi piel.

Las nauseas iniciales fueron dejando lentamente paso a la resignación. Seguía cayendo, pero no podía controlar mi movimiento. A todos los efectos era un vegetal. Lucía encontraba este pensamiento bastante interesante.

-Y sin embargo te movías a una velocidad increíble, según me cuentas.-Así es.-Te movías a una velocidad que los humanos solo pueden soñar y te sentías inmóvil.-Supongo que esto también tiene que ver con el punto de vista, Lucía.

Cuando llegué a ese punto de la historia ya no se reía. Sus ojos azules claros revelaban un creciente temor. Había dejado de verle la gracia a la situación, al ardor que recorría mi cuerpo, al vértigo constante. Llegué a sentirme desconcertado. No sabía si caía, volaba, buceaba, avanzaba o retrocedía.

-Todo depende del punto de vista- apuntó ella.

Tras unas horas empecé a pensar que podría estar cayendo durante toda la eternidad. Que quizás esta era mi idea retorcida del infierno, o la idea retorcida del cielo de algún dios. Por otra parte, la extrema situación me permitió asimilar esta idea con relativa facilidad, y pronto empecé a notar hambre y a pensar si alguna vez volvería a ver a la gente a la que quería.

En ese momento del relato Lucía apartó su mirada.

Calculo que pasarían unas diez horas del comienzo de mi caída cuando me sorprendí a mí mismo entonando una cancioncilla que había oído en la radio la noche anterior. Me reí. Estaba tatareando un estribillo tonto, como un oficinista que va en el metro. Supongo que era una manera de relativizar un sinsentido completo que podía acabar con mi salud mental, como los asesinos que se lavan las manos de forma compulsiva o los dementes que intentan expulsar sus demonios a base de cabezazos constantes en los cristales.

Quizás si que era posible acostumbrarse a algo así. De alguna manera, la ingravidez es algo muy hermoso y muy especial una vez que pierdes el miedo a estrellarte contra algo. Y en realidad esto no es algo muy difícil, pues realmente no tememos la caída - aquí le cogí la mano a Lucía-, sino el golpe.

Lucía volvió a apartar la mirada. Tenía los ojos húmedos.

Tras un par de horas más de caída me entró un ataque de pánico. La idea de caer eternamente desmontaba con todos mis esquemas mentales. Empecé a llorar, pero no como lloran los rostros cortados a la perfección de las películas de Hollywood, sino como un niño, pataleando, jadeando, gritando, maldiciendo, golpeándome, escupiendo, desencajando literalmente mis facciones. Después de tanto esfuerzo me sentí agotado. Ya no notaba la caída, solo dolor. Dolor de impotencia y de rabia. Mis lágrimas quedaron atrás.

-¿Puedes creer que me quedé dormido?- le pregunté a Lucía. Sin embargo, ella me había dado la espalda y parecía mirar por la ventana. Su pelo rubio reflejaba el sol de la tarde. Tras un par de minutos se dirigió a mí con voz temblorosa.-¿Qué pasó entonces?

La llamada, claro. La llamada había sido la luz al final del vertiginoso túnel. Dejé de caer. Abrí los ojos y volvía a estar en la cama. Habían pasado veinticuatro horas, pero oír su voz por el móvil me había bastado para sacarme del estupor, recordar la discusión que había tenido con ella y la estupidez que había cometido después. En la alfombra estaban todavía las pastillas con forma de rombo rectángulo metidas en la bolsa abierta con forma de rombo rectángulo.

-Esa fue mi caída. Mi aventura. Ahora ya sabes lo que siento.- Hablar me estaba resultando bastante más difícil que caer.- Estar sin ti es una caída sin guía, sin fondo, sin asideros, solo un túnel oscuro e infinito. Y tengo miedo de volver a caer en él. Estoy seguro de que la próxima vez no me hará falta ninguna droga.Lucía se dio la vuelta como una exhalación y me besó. Yo todavía estaba débil, y su impulso me tiró de espaldas en la cama. Podía notar sus lágrimas corriendo por mis mejillas.-¿Significa eso que tu también me quieres?- pregunté.-¿Existen los rombos rectángulos?- me dijo riendo. 

 

FIN

Futurismo

Aún recuerdo el día que estudiamos las vanguardias literarias en el colegio de monjas. Después de estudiar autores clásicos del siglos de oro y generaciones con nombres de números, por fin íbamos a ver a verdaderos pensadores que rompían con todos los esquemas establecidos.

Cuando llegó el Futurismo, la monja no se extendió demasiado. De hecho, se limitó a leer la cita que traía el libro de texto.

 "(...)un rugiente automóvil, que parece correr sobre la metralla, es más hermoso que la victoria de Samotracia."

Qué decepción. Parecía algo rompedor e interesante, y sin embargo era el movimiento sobre el que menos hablaba el libro de texto.

Años después descubrí el motivo.

Primer Manifiesto Futurista 1909

"1. Nosotros queremos cantar el amor al Peligro el hábito, de la energía y de la temeridad

2. El valor, la audacia, la rebelión serán elementos esenciales de nuestra poesía.

3. Hasta hoy, la literatura exaltó la inmovilidad pensativa, el éxtasis y el sueño. Nosotros queremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, el paso ligero, el salto mortal, la bofetada y el puñetazo.

4. Nosotros afirmamos que la magnificencia del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad.. Un automóvil de carreras con su capó adornado de gruesos tubos semejantes a serpientes de aliento explosivo..., un automóvil rugiente parece correr sobre la metralla, es más bello que la Victoria de Samotracia.

5. Nosotros queremos cantar al hombre que sujeta el volante, cuya asta ideal atraviesa la Tierra, ella también’ lanzada a la carrera en el circuito de su órbita.

6. Es necesario que el poeta se prodigue con ardor, con lujo y con magnificencia para aumentar el entusiástico fervor de los elementos primordiales.

7 Ya no hay belleza si no es en la lucha. Ninguna obra que no tenga un carácter agresivo puede ser una obra de arte. La poesía debe concebirse como un violento asalto contra otra las fuerzas desconocidas, para obligarlas a arrodillarse ante el hombre.

8. ¡Nos hallamos sobre el último promontorio de los siglos!... ¿Por qué deberíamos mirar a nuestras espaldas, si queremos echar abajo las misteriosas puertas de lo Imposible? El Tiempo y el Espacio murieron Ayer. Nosotros ya vivimos en lo absoluto, pues hemos creado ya la eterna velocidad omnipresente.

9. Nosotros queremos glorificar la guerra —única higiene del mundo—, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor dé los libertarios, las hermosas ideas por las que se muere y el desprecio por la mujer.

10. Nosotros queremos destruir los museos, las bibliotecas, las academias de todo tipo, y combatir contra el moralismo, el feminismo y toda cobardía oportunista o utilitaria.

11. Nosotros cantaremos a las grandes muchedumbres agitadas por el trabajo, por el placer o la revuelta; cantaremos las marchas multicolores y polifónicas de las revoluciones en las capitales modernas; cantaremos el vibrante fervor nocturno de los arsenales y de los astilleros incendiados por violentas lunas eléctricas; las estaciones glotonas, devoradoras de serpientes humeantes; las fábricas colgadas de las nubes por los retorcidos hilos de sus humos; los puentes semejantes a gimnastas gigantes que saltan los ríos, relampagueantes al sol ton un brillo de cuchillos; los vapores aventureros que olfatean el horizonte, las locomotoras de ancho pecho que piafan en los raíles como enormes caballos de acero embridados con tubos, y el vuelo deslizante del aeroplanos, cuya hélice ondea al viento corno una bandera y parece aplaudir como una muchedumbre entusiasta"

(Extraido de http://ar.geocities.com/vanguardiasliterarias/manifiestofuturista.htm)
En Wikipedia encontramos la siguiente información sobre Marinetti, el creador del manifiesto: "Llegó a ser miembro de la Academia de Italia, fundada por los fascistas. y se convirtió en el poeta oficial del régimen de Mussolini(...)"
La verdad, cuando estudie las vanguardias, el libro de texto me presentó a los futuristas como unos amantes del frenesí y las emociones fuertes, no como unos genocidas falócratas.

Torrente de consciencia

A veces los árboles no te dejan ver el bosque, y puede que sea eso lo que ha hecho que tarde tanto tiempo en darme cuenta del papel que ocupas en mi cabeza, y sin embargo la sensación siempre ha estado ahí, como un esquimal provisto de guantes, estufa y una vela en un rincón del enorme, enorme iglú, frío y solitario, como si los iglús pudieran tener rincones; y me da pena pensar en ello, porque si alguna vez tuviera que compartir mi espacio vital grande y frío y sin esquinas con una persona, sería sin lugar a dudas una persona como tú, que no sólo me toleras, sino que me aceptas, aceptas todo lo que soy, todo, lo bueno, lo malo, lo peor y lo peor de lo peor, y aún así no siento que sea por lástima, ni compasión, ni aburrimiento; es como un abrazo inmaterial, mutuo y permanente. Este sentimiento a veces sale a la superficie de manera explícita como la punta de un gigantesco iceberg, como durante los besos, sobre todo durante los besos, pero también en los abrazos y en esas miradas que si tuvieran boca sonreirían como tú, con expresión sincera y entregada, como si en el momento de sonreír no existiera el mundo, sólo la sonrisa, y cuando los músculos se relajen ya veremos. Lo cierto es que me da pena pensar que estás tan lejos, y que por lo tanto no puedo sentir la punta del iceberg mirándote o besándote, pero también es verdad que bastantes problemas tienes ya, y yo, y, la verdad, no sé si sería capaz de enfrentarme a una relación como la que me gustaría tener con una persona como tú, con sonrisas por las mañanas, muebles de Ikea y discusiones lineares que sólo pueden llevar a disculpas y reconciliaciones, y así año tras año, metidos de lleno en una profunda piscina llena de felicidad, estable pero con olas, ahogándonos en la agradable rutina y saliendo a bailar o a hacer el imbécil de vez en cuando. Por otra parte, me da la impresión de que las diferencias entre nosotros, que es inevitable que a veces se hagan patentes, serían un colchón perfecto a la hora de respetar nuestros propios espacios, tanto el de esa persona sin nombre que espero que se parezca a ti como el mío propio. Por eso no quiero que pienses que estoy obsesionado, ni enamorado, me parece que tendrán que inventar una palabra nueva, porque de alguna manera este sentimiento tampoco es amistad, ni deseo, ni lujuria, ni cariño, pero por ahí anda según el momento, incluido de manera invisible en el campo semántico, esperando a que alguien diga “esto se llama así” para poder ponerse el nombre en un post-it amarillo pegado en el pecho y mostrarse orgulloso a sus congéneres. Y mientras tanto sigo echándolo de menos y rascándome la barbilla pensativo, dándote las gracias, haciéndote reverencias, maldiciendo tu recuerdo y pidiéndote perdón, según el minuto del día o de la noche.

Mi media vida a medias

En mi media vida a medias

Soy mi propio mediador.

En mi media vida a medias

Soy un triste espectador.

En mi media vida a medias

Soy adjunto a lo que sea,

Una ficha, cualquier cualquiera,

Un vicenada, sólo un peón.

Y después de media noche

De mediocre sexo a medias

Me he dormido con el miedo

De morderte al despertar;

Me dio miedo el medio miedo

De volver a no soñar.

El nombre

I 

Después de pasar varios años casado con ella, después de ver juntos amaneceres y películas de sobremesa, después de compartir con ella sus esperanzas, después de ver cómo su negocio crecía de manera paralela a su amor, e incluso después de haber tenido con ella un hijo y una hija, de diez y doce años, de aspecto saludable y bastante inteligentes para su edad, que de hecho estaban también sentados a la mesa en ese momento, el hombre del bigote de color cobrizo se dio cuenta de que no conocía el nombre de su mujer, que partía un trozo de pan mientras hablaba animadamente con nadie en particular, suponiendo que su familia la escuchaba. La mujer anónima contaba cómo le había ido el día en la peluquería haciendo marcados aspavientos mientras blandía el tenedor. Se quejaba de los clientes y del dinero, y su marido, el hombre delgado del bigote cobrizo se preguntó cuánto se quejaría si descubriera que no sabía cómo se llamaba. Empezó a ponerse nervioso.

-Pues no te lo vas a creer, pero de repente entró por la puerta, no te lo vas a creer, ¡Laura!, y me dijo, no te lo vas a creer, hemos estado de vacaciones en Egipto y hemos vuelto ayer, a ver cuándo os pasáis tu marido y tú a ver las fotos, Luxor está precioso en esta época del año.

Mientras revolvía, avergonzado, la comida de su plato, pensó que si ni siquiera conocía el nombre de su pareja quizás todos estos años no valían nada. Curiosamente, conocía su color favorito, su comida favorita, su libro favorito, el día de su cumpleaños y su talla de zapatos, pero no sabía cómo se llamaba. Empezó a pensar en momentos clave de su relación para asegurarse de que ella nunca le había dicho su nombre.

Se habían conocido muchos años antes en la parada del autobús. No se habían presentado; simplemente habían empezado a hablar acerca del tiempo, posiblemente porque eran las dos únicas personas que se encontraban en ese momento en ese lugar. A pesar de su relación liberal, lamentó por primera vez no haberse casado. Por lo menos podría visualizar al cura preguntándole si quería contraer matrimonio con equis, y equis en su recuerdo sería el nombre de la mujer que agitaba las espinacas en el aire mientras hablaba de un montón de personas que tenían un montón de nombres.

-Laura y Santiago, según parece, estuvieron el otro día con Alfredo, ¿te acuerdas de Alfredo?, y estuvieron hablando de Gloria, que, no te lo vas a creer, al final se metió en la empresa esa con Pedro y parece que no les va mal. Ismael, acábate las verduras.

El hombre del bigote sabía que no podía mantener esa situación durante mucho tiempo, y decidió concentrarse en resolverla.

-Marta- aventuró, mirando al plato.

-¿Qué?- respondió su hija, alzando la cara del puré.

Mierda, pensó. Había pensado que le podían haber puesto ese nombre a la niña por su madre, y de hecho casi había esperado que le contestaran dos voces femeninas. Al parecer el asunto no iba a ser tan fácil.

Más momentos. Necesitaba recordar más momentos en los que hubiera podido decirle su nombre. Poco a poco fue confirmando su sospecha de que el problema no era que no lo recordara, sino que no lo conocía. Estaba acostumbrado a llamarla "cariño" o "cielo". Cuando hablaba de ella con sus amigos, siempre se refería a ella por el apelativo de “mi pareja”, o incluso, hacía años, por el de “mi novia”. Ahora que lo pensaba, nunca había visto su carné de identidad. Además, ella ni siquiera poseía una cuenta corriente en el banco, sus ahorros conjuntos estaban en una cuenta compartida a nombre de él mismo.

¿Significaba eso que no la amaba? ¿Qué no la conocía? Qué tontería, pensó. Se intentó tranquilizar diciéndose a sí mismo que era la persona a la que mejor conocía en este mundo. Simplemente no sabía cómo se llamaba. Intentó tranquilizarse diciéndose a sí mismo que no sabía cómo se llamaba, por ejemplo, el pintor del cuadro que había encima de la chimenea, y sin embargo le gustaba mucho. Sin embargo, el nombre de esa ciudad de Egipto, Luxor, no le producía ningún sentimiento. El nombre no significaba nada. Era sólo un nombre.

Ella aceptó sorprendida cuando por primera vez en doce años el hombre se ofreció a recoger la mesa. Se preguntaba qué mosca le habría picado.

 II 

Pasaron un par de semanas. Durante ese tiempo, el hombre del bigote cobrizo pasó por una serie de estados mentales.

Primero intentó relativizar el problema, pensando en la cantidad de personas que estarían pasando por lo mismo.

No lo consiguió.

Su ansiedad aumentó cuando decidió reconocer que tenía un problema, aunque se relajó un poco cuando decidió ponerle fin de una vez por todas hablando con ella. Bueno, no hablando, sino intentando sonsacarle esa valiosa información de alguna manera.

Un día se le ocurrió que podría pedirle que le pasara la sal mientras estuvieran comiendo, de manera discreta, sin darle importancia, puntualizó en su cabeza. La llamaría por cualquier nombre, y entonces ella diría, ligeramente sorprendida, que se llamaba equis, y el diría, oh, claro, equis, discúlpame, no sé en qué estaba pensando, es el estrés de la empresa, llevo un día muy tonto. Se pasó varias horas delante del espejo intentando encontrar un tono que sonara natural. Elaboró una lista de nombres plausibles, teniendo en cuenta que deberían ser lo suficientemente comunes como para no despertar sus sospechas. El ensayo fue tedioso y agobiante.

-¿Podrías pasarme la sal, María?-Pásame la sal, por favor, Margarita.-Lucía, cariño, ¿te importaría pasarme la sal?

Al día siguiente, cuando estaba a punto de llevar a cabo su plan, notó que tenía la garganta tremendamente seca debido a los nervios, así que se bebió de un trago el vaso de agua que tenía delante, lo que hizo que se atragantara y se pusiera a toser violentamente. Su pareja y sus dos hijos le miraron fijamente, preocupados.

-¿Te encuentras bien?- preguntó ella cuando paró de toser.

-Sí… no es nada, cariño- contestó él amargamente, intentando fingir una sonrisa que sólo existía en su exterior. Las patatas, incidentalmente, estaban sosas, pero se las comió así.

 III 

La verdad es que los niños estaban muy guapos incluso de luto. El suicidio de su padre había cogido a todo el mundo por sorpresa, pero Ismael y Marta lo llevaban con una entereza asombrosa.

Su madre, sin embargo, se deshacía en lágrimas mientras el sacerdote finalizaba su discurso ante el ataúd. No había mucha gente de pie sobre la verde hierba. El sol brillaba intensamente, pero no era el calor lo que había evitado que apareciera más gente. Los funerales son así. La gente prefiere ir a las fiestas.

Cuando el sacerdote acabó de hablar, la mujer sin nombre se quedó con sus hijos mirando fijamente al ataúd. Laura y su marido se acercaron despacio.

-¿Estás bien?

-Sí… bueno, no… Es sólo que… a veces parece que conocemos tan poco a las personas… y entonces se van…

Laura le puso una mano sobre el hombro. Se hizo un incómodo silencio, que la mujer anónima rompió tras unos minutos.

-No te lo vas a creer, pero hoy me he dado cuenta de que ni siquiera sabía cómo se llamaba.

 FIN