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Magia de Mentira

El nombre

I 

Después de pasar varios años casado con ella, después de ver juntos amaneceres y películas de sobremesa, después de compartir con ella sus esperanzas, después de ver cómo su negocio crecía de manera paralela a su amor, e incluso después de haber tenido con ella un hijo y una hija, de diez y doce años, de aspecto saludable y bastante inteligentes para su edad, que de hecho estaban también sentados a la mesa en ese momento, el hombre del bigote de color cobrizo se dio cuenta de que no conocía el nombre de su mujer, que partía un trozo de pan mientras hablaba animadamente con nadie en particular, suponiendo que su familia la escuchaba. La mujer anónima contaba cómo le había ido el día en la peluquería haciendo marcados aspavientos mientras blandía el tenedor. Se quejaba de los clientes y del dinero, y su marido, el hombre delgado del bigote cobrizo se preguntó cuánto se quejaría si descubriera que no sabía cómo se llamaba. Empezó a ponerse nervioso.

-Pues no te lo vas a creer, pero de repente entró por la puerta, no te lo vas a creer, ¡Laura!, y me dijo, no te lo vas a creer, hemos estado de vacaciones en Egipto y hemos vuelto ayer, a ver cuándo os pasáis tu marido y tú a ver las fotos, Luxor está precioso en esta época del año.

Mientras revolvía, avergonzado, la comida de su plato, pensó que si ni siquiera conocía el nombre de su pareja quizás todos estos años no valían nada. Curiosamente, conocía su color favorito, su comida favorita, su libro favorito, el día de su cumpleaños y su talla de zapatos, pero no sabía cómo se llamaba. Empezó a pensar en momentos clave de su relación para asegurarse de que ella nunca le había dicho su nombre.

Se habían conocido muchos años antes en la parada del autobús. No se habían presentado; simplemente habían empezado a hablar acerca del tiempo, posiblemente porque eran las dos únicas personas que se encontraban en ese momento en ese lugar. A pesar de su relación liberal, lamentó por primera vez no haberse casado. Por lo menos podría visualizar al cura preguntándole si quería contraer matrimonio con equis, y equis en su recuerdo sería el nombre de la mujer que agitaba las espinacas en el aire mientras hablaba de un montón de personas que tenían un montón de nombres.

-Laura y Santiago, según parece, estuvieron el otro día con Alfredo, ¿te acuerdas de Alfredo?, y estuvieron hablando de Gloria, que, no te lo vas a creer, al final se metió en la empresa esa con Pedro y parece que no les va mal. Ismael, acábate las verduras.

El hombre del bigote sabía que no podía mantener esa situación durante mucho tiempo, y decidió concentrarse en resolverla.

-Marta- aventuró, mirando al plato.

-¿Qué?- respondió su hija, alzando la cara del puré.

Mierda, pensó. Había pensado que le podían haber puesto ese nombre a la niña por su madre, y de hecho casi había esperado que le contestaran dos voces femeninas. Al parecer el asunto no iba a ser tan fácil.

Más momentos. Necesitaba recordar más momentos en los que hubiera podido decirle su nombre. Poco a poco fue confirmando su sospecha de que el problema no era que no lo recordara, sino que no lo conocía. Estaba acostumbrado a llamarla "cariño" o "cielo". Cuando hablaba de ella con sus amigos, siempre se refería a ella por el apelativo de “mi pareja”, o incluso, hacía años, por el de “mi novia”. Ahora que lo pensaba, nunca había visto su carné de identidad. Además, ella ni siquiera poseía una cuenta corriente en el banco, sus ahorros conjuntos estaban en una cuenta compartida a nombre de él mismo.

¿Significaba eso que no la amaba? ¿Qué no la conocía? Qué tontería, pensó. Se intentó tranquilizar diciéndose a sí mismo que era la persona a la que mejor conocía en este mundo. Simplemente no sabía cómo se llamaba. Intentó tranquilizarse diciéndose a sí mismo que no sabía cómo se llamaba, por ejemplo, el pintor del cuadro que había encima de la chimenea, y sin embargo le gustaba mucho. Sin embargo, el nombre de esa ciudad de Egipto, Luxor, no le producía ningún sentimiento. El nombre no significaba nada. Era sólo un nombre.

Ella aceptó sorprendida cuando por primera vez en doce años el hombre se ofreció a recoger la mesa. Se preguntaba qué mosca le habría picado.

 II 

Pasaron un par de semanas. Durante ese tiempo, el hombre del bigote cobrizo pasó por una serie de estados mentales.

Primero intentó relativizar el problema, pensando en la cantidad de personas que estarían pasando por lo mismo.

No lo consiguió.

Su ansiedad aumentó cuando decidió reconocer que tenía un problema, aunque se relajó un poco cuando decidió ponerle fin de una vez por todas hablando con ella. Bueno, no hablando, sino intentando sonsacarle esa valiosa información de alguna manera.

Un día se le ocurrió que podría pedirle que le pasara la sal mientras estuvieran comiendo, de manera discreta, sin darle importancia, puntualizó en su cabeza. La llamaría por cualquier nombre, y entonces ella diría, ligeramente sorprendida, que se llamaba equis, y el diría, oh, claro, equis, discúlpame, no sé en qué estaba pensando, es el estrés de la empresa, llevo un día muy tonto. Se pasó varias horas delante del espejo intentando encontrar un tono que sonara natural. Elaboró una lista de nombres plausibles, teniendo en cuenta que deberían ser lo suficientemente comunes como para no despertar sus sospechas. El ensayo fue tedioso y agobiante.

-¿Podrías pasarme la sal, María?-Pásame la sal, por favor, Margarita.-Lucía, cariño, ¿te importaría pasarme la sal?

Al día siguiente, cuando estaba a punto de llevar a cabo su plan, notó que tenía la garganta tremendamente seca debido a los nervios, así que se bebió de un trago el vaso de agua que tenía delante, lo que hizo que se atragantara y se pusiera a toser violentamente. Su pareja y sus dos hijos le miraron fijamente, preocupados.

-¿Te encuentras bien?- preguntó ella cuando paró de toser.

-Sí… no es nada, cariño- contestó él amargamente, intentando fingir una sonrisa que sólo existía en su exterior. Las patatas, incidentalmente, estaban sosas, pero se las comió así.

 III 

La verdad es que los niños estaban muy guapos incluso de luto. El suicidio de su padre había cogido a todo el mundo por sorpresa, pero Ismael y Marta lo llevaban con una entereza asombrosa.

Su madre, sin embargo, se deshacía en lágrimas mientras el sacerdote finalizaba su discurso ante el ataúd. No había mucha gente de pie sobre la verde hierba. El sol brillaba intensamente, pero no era el calor lo que había evitado que apareciera más gente. Los funerales son así. La gente prefiere ir a las fiestas.

Cuando el sacerdote acabó de hablar, la mujer sin nombre se quedó con sus hijos mirando fijamente al ataúd. Laura y su marido se acercaron despacio.

-¿Estás bien?

-Sí… bueno, no… Es sólo que… a veces parece que conocemos tan poco a las personas… y entonces se van…

Laura le puso una mano sobre el hombro. Se hizo un incómodo silencio, que la mujer anónima rompió tras unos minutos.

-No te lo vas a creer, pero hoy me he dado cuenta de que ni siquiera sabía cómo se llamaba.

 FIN

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